lunes, 2 de abril de 2012

OMD 2012 Lisboa Extreme (crónica): Los españoles errantes

Se me amontona el trabajo. Aún no he acabado la “crónica-revista” de las 24 horas de Abrantes y ya tengo que hacer la del Oh meu Deus de Lisboa. Priorizaré, en aras de la actualidad, a la del OMD, que la otra ya está casi acabada.

Como mi objetivo es el PT Open XCR 24h, en un principio no tenía pensado participar en el OMD (salvo en la última, la de 500 km., “trastornao” que es uno). Me convenció mi hermano, un atleta de ultrafondo “retirado” por las lesiones, con amplia experiencia en bici (algún podio en carreras de 24 horas) y con cabeza suficiente para, saliendo cinco o seis veces con la bici, poder afrontar una burrada como la Lisboa Extreme, con relativas garantías.

Preparativos algo distintos a lo habitual y viaje también distinto, iríamos en coche y dormiríamos en hotel. Siempre vamos con la autocaravana, porque viene mi mujer y mis hijos pero, al ser una prueba en línea, me parece que se van aburrir un montón y decidimos cambiar la rutina. La verdad es que eché de menos ir con ellos, porque estoy acostumbrado al “planteamiento familiar” que tienen las carreras de 24 horas, en el que lo “tienes todo”: familia y carrera.

El viaje de ida a Lisboa se hizo corto y una vez allí, reencuentro con Paulo, Sandra (los organizadores), Josué (diseñador del circuito, corredor) y los “compis” de fatigas vascos: Ainara, Álex y Asier. En el hotel, trasteo de última hora con los GPS, que iban a ser nuestros “guías” al día siguiente.

Dormimos poco, ya que, la falta de práctica con los aparatitos nos hizo tardar mucho. Madrugamos bastante y al Tajo, porque allí era la salida, junto al Tajo.

Últimos preparativos, carga de material en el camel. Todavía de noche, salimos neutralizados. Va amaneciendo y tras unos kilómetros nos reagrupan. Hay mucho barro en el primer tramo y hay una modificación del recorrido y nos llevan neutralizados. En esa neutralización, decidimos echar aire en la horquilla de mi hermano y reemprenden la marcha. Nos retrasamos unos segundos y dejamos de verlos. Salimos rápido pero, los perdemos. No pasa nada, seguimos el track. Llevo las piernas de madera pero, no puede ser que vayamos tan lentos que no cojamos a nadie. Empezamos a mosquearnos porque no vemos huellas de los cien tíos que “van” delante de nosotros. No pasa nada, vamos sobre el track, vamos bien. Nos cogen otros dos, que también estaban arreglando algo en la neutralización. Vamos un rato con ellos y en una subida se nos van. Al llegar arriba, pasamos una zona con más barro y no hay ni una huella. O se han confundido los cien o nosotros. Quito zoom al GPS y veo el problema. ¡Estamos haciendo el circuito al revés! El track es como una raqueta, en la que el mango es la zona de salida y llegada, siendo paralelas. El problema del barro de la zona inicial, ha hecho que hayamos salido por una zona común con la llegada, por eso nos llevaban neutralizados. Una vez en el track “bueno”, han dejado a la gente seguirlo. Nosotros nos hemos quedado antes y no hemos comprobado (porque parecía obvio que íbamos bien) el sentido. Intentamos avisar a los que nos acababan de adelantar pero, en la bajada, mientras nosotros miramos el GPS, se han ido mucho y no nos oyen.

Se nos presentan tres opciones: darnos la vuelta e irnos a casa, darnos la vuelta y tratar de enganchar el track “donde sea” (hacer un acortamiento) o darnos la vuelta y coger otra vez el track desde el principio. Teníamos pensado hacer unas doce horas, que sumadas a las dos y cuarenta que hemos perdido, nos da alguna posibilidad de acabar. No hace falta ser Einstein, ni conocernos mucho, para saber que la decisión que tomamos es la tercera. La primera es una estupidez, la segunda es estar descalificado porque no has seguido el track y la tercera, nos permite hacer el recorrido entero, que es a lo que hemos venido. Volvemos sobre nuestros pasos, con algún intento fallido de acorte, para llegar otra vez a la salida lo más rápido posible.

Y otra vez sobre el Tajo, casi tres horas después y con cuarenta kilómetros en las piernas. Ya no tenemos margen, ya no puedo parar a hacer alguna foto de recuerdo. Vamos muy tarde.

El circuito es una pasada, subidas de plato pequeño por todos lados, bajadas técnicas, con piedras, sin piedras, había de todos tipos. Eso sí, muuuy duro. Parece un circuito diseñado por el mismísimo diablo, buscando siempre las subidas más duras. Josué, al final me comentó que lo hace una vez al mes entrenando. ¡Vaya máquina!

Allí seguimos “el Pancho y el Javi” de verano azul, con nuestro ritmo lento pero, constante.

En una subida a pie, veo que he pinchado. La rueda está abajo del todo y cuando desmonté no hacía flaneo ninguno. Y eso que era de las de líquido. Arreglamos y aprovechamos para alimentarnos. Fundamental no descuidar el alimento y la bebida, en carreras tan largas. Vamos muy lentos, pero muy enteros físicamente, lo que hace que apenas paremos (solo en las fuentes).

Subida de piedras y oigo un ¡ay! detrás. Miro para atrás y mi hermano no está. Está tirado en unas zarzas. Tras el típico tropiezo de subida de piedras, al ir a sacar el pie del pedal, ha pisado en una zona de zarzas y al no haber “suelo” debajo, se ha caído por el barranquillo. Como puedo, tiro de él y conseguimos seguir. Eso sí, ya quisiese Rambo tantos arañazos para presumir de haber estado en una misión peligrosa en su próxima película.

Como con eso no nos valía, en la zona más fácil, me pongo a trastear con el GPS y pillo una piedra con la rueda delantera y me gira bruscamente el manillar. No hubiese supuesto ningún problema, si el pedal hubiese liberado pero, al ir lleno de barro, no suelta y ¡hombre al suelo! Heridita y lo peor, se rompe un enganche de la zapatilla. No me impedirá seguir pero, es posible que me haga tener que comprar otras. Lo me hacía falta ahora.

En un vistazo al track, la “mitad” es cuando llegas a una playa. De las ganas que tenemos de llegar, nos “huele” a mar por todos lados, pero no llega. Vamos muy despacito y la posibilidad de entrar en tiempo se va desvaneciendo. Muy tarde, aparece por fin, el mar. ¡Impresionante! En mi opinión, lo mejor del circuito. Empezamos la vuelta. Vamos muy enteros, pero muy tarde. Queda poco para que se haga de noche, lo que complicará mucho más las cosas. Llevamos casi doce horas sobre la bici y estoy disfrutando mucho. La sensación no sé describirla pero, es la mezcla del entorno, buena compañía (llevamos haciendo deporte juntos más de veinte años), los dos solos sin ver a nadie (ciclista) en mucho tiempo, sufriendo pero, no agonizando. La pena es que no llegaremos a tiempo. Eso ya nos da un poco igual.

Seguimos constantes pero, se nos hace de noche. No llevamos buenas luces. Ni en el peor de los planes, pensábamos hacer mucho recorrido de noche. Veíamos poco pero, aún más despacio, seguíamos avanzando.

Se añade un problema más. Empieza a llover. Aunque (por torpeza y “prepotencia”), no llevo nada de ropa de abrigo, lo peor es que es una zona de piedras y al llover resbalan muchísimo. Hacemos las subidas a pie y las bajadas también. Es imposible ir montado. No hacemos medias ni de cinco por hora. Nos quedan unos cuarenta kilómetros y son las once de la noche. A cinco por hora (sabiendo, porque ya lo habíamos hecho, que los últimos veinte kilómetros no eran tan malos), nos quedaban más de cuatro o cinco horas. Una subida de piedras en la que casi no conseguimos subir ni a pie, nos hace replantearnos las cosas.

Decidimos llamar a la organización para ver si podían venir a buscarnos. No es una decisión fácil. Vista ahora en frío, casi parecía evitable pero, cuando “dos tíos duros” (y puedo asegurar que si yo no lo soy, mi hermano sí es muy duro de cabeza) deciden algo así es porque, es lo más lógico.

Nos vino a buscar Josué, con otro miembro de la organización que (lo siento), no recuerdo el nombre. Nos estaban esperando en meta y hasta que llamamos, estaban preocupados, porque no habían sabían sabido nada de nosotros en todo el día. Nadie nos había visto, es como si nos hubiésemos evaporado. Una vez en meta, nos duchamos (habían dejado el gimnasio abierto, sólo para que nos duchásemos nosotros), nos lavaron las bicis mientras estábamos en la ducha, nos dieron de comer. Detalles que diferencian a las organizaciones “humanas” de las “mercantiles”. Momentos agradables; un poco de conversación y momento de despedidas. Aunque no hemos conseguido el objetivo de acabar (sí hemos hecho los 150 kilómetros, aunque de otra manera), la sensación no es del todo mala. Se puso todo en contra, dimos lo que había y supimos parar a tiempo, sin nada que lamentar, tal y como se puso el circuito con la lluvia.

Nos fuimos al hotel, tras parar en un McAuto abierto, en el que nos pusimos “como el Quico” y a las tres (o cuatro, ya ni me acuerdo) de la mañana, nos acostamos.

A las nueve nos levantamos (había que desayunar en el hotel) y tras llenar el buche, nos pusimos en camino. Viaje tranquilo, sin gran cansancio y llegada a casa. Fin de la aventura.

Llegada la hora de hacer balance, aunque parezca lo contrario, lo recordaré como positivo. El objetivo era ir juntos, aunque yo que estoy más entrenado, pudiese ir más fuerte en algunos momentos. Pasamos “las de Caín”, disfrutamos de un día “de montaña y playa” a nuestra manera (la de dos “enfermos mentales” que buscan continuamente algo más duro). El único recuerdo negativo (además de lo que echas de menos a los que te acompañan siempre en todas las carreras) que guardo es, el de tener que molestar a alguien para que venga a buscarme. También me hubiese gustado llegar pronto para pasar un rato de “cháchara” con el resto de compañeros. Me faltó compartir las aventuras y desventuras con “los vascos”, que seguro que fueron importantes (¿verdad, Ainara?). Aunque soy muy soso, la “parte social” de las carreras me gusta mucho y llegar pronto e irme tarde, es algo que suelo hacer. Es algo muy común en las carreras de 24 horas y me gusta mucho.

Mis “parabéns” para Josué por el circuito, muy duro y muy variado; unas veces parecía que estabas en la Sierra, otras en Asturias, otras en el País Vasco, rodeado de surferos. Bestial. Eso sí, ni un llanito para descansar.

Mis agradecimientos a Paulo, Sandra, el resto de la organización, a Josué, a su compañera, etc. por el trato que nos dais siempre. Estoy orgulloso de tener amigos así. Gracias y hasta la próxima.



Nota: esto es una crónica “pura y dura”, sin fotos, porque no pude hacer ni una (muy a mi pesar, ya que había zonas de las que me hubiese gustado guardar un recuerdo, para que los que no estuvieron, viesen las maravillas que vimos).

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