viernes, 30 de noviembre de 2012

Oh meu Deus 2012 Rd3: Covilha-Guincho (parte 5, conclusiones)

Es el momento de la reflexión, de pensar en lo que buscaba con esta carrera y lo que dejaré de buscar, a raíz de hacerla. Mi planteamiento de las carreras ha sido buscar el reto en el que dudase si era capaz de hacerlo. Así llegué a las de 24 horas, sabiendo que las maratones (a secas), es cuestión de tiempo hacerlas. Salvo por cosas raras (caídas, averías, barro,…), no hay problema en hacer 100 ó 150 kilómetros, si los haces a tu ritmo. Una vez que lo has hecho, sólo te queda hacerlo más deprisa. Es una dinámica que no me gusta, pero en la que, sin querer (y sin poder evitarlo, hasta cierto punto) me he metido en las carreras de 24 horas. Una vez que haces la primera del tirón, sólo te queda hacerla más rápido; no hay más horas que montar, sólo más kilómetros que hacer en esas horas.

No he podido hacer carreras por etapas (por motivos económicos) pero, tampoco me llaman del todo la atención (lo que no quiere decir que no me apetezca hacer alguna) porque, son una sucesión de maratones y lo que eso supone (que la duda de si eres capaz de llegar, sólo depende del ritmo).

Al conocer de la existencia de esta carrera se me “abrió” el cielo. Por fin un carrera más larga de 24 horas, en la que, no tenía nada claro acabar, aun yendo a ritmo lento. Quizá me hubiese gustado un paso intermedio entre 24 y 62 horas, pero era lo que había y no lo iba a dejar pasar. Como ya he dicho, me daba miedo, bastante miedo, estar dos días y medio pedaleando, durmiendo lo  mínimo y sufriendo lo máximo.
Es posible que sea una mezcla de masoquismo o prepotencia pero, estaba buscando la carrera que me “destruyese”, la que fuese incapaz de acabar, para decir, hasta aquí he llegado. Buscar el límite absoluto de mi resistencia, en una palabra.

Gracias a Paulo y a Josué (y sus mentes diabólicas), dejaré de buscarla. He aprendido que no hay límite. Haces lo que tu cabeza quiera. Si no quiere que acabes, lo dejarás hasta en un rally llano de 20 km. (lo hice en su momento). No buscaré el límite, por el mero hecho de buscarlo. No seguiré subiendo peldaños de una escalera que no tiene fin, salvo que lo pongas tú. Esto no quiere decir que si encuentro una carrera más dura, no la vaya a hacer. Iré (si puedo) sin dudarlo.
 
Cuando acabo casi todas las carreras de 24h, en los primeros momentos siempre pienso en dejarlo, en que ha sido la última que hago. El camino de vuelta suele ser donde ordeno las ideas y sensaciones que he tenido, es el momento en el que reflexiono y en un rato ya estoy diciendo “en la próxima, en vez de hacer esto, hago lo otro”. A mi mujer le entra la risa, porque siempre me pasa igual. Esta vez ha sido lo mismo, aunque algo distinto. He acabado diciendo que volveré, pero he tardado más. Una semana, más o menos (podría ser que coincida con el tiempo que coincide con los últimos trozos de piel seca que me he quitado de las posaderas o cuando empiezo otra vez a pedalear). Seguiré buscando las carreras o los retos más duros que pueda hacer, aunque con otra mentalidad. Ahora no busco morir; he aprendido que, si uno quiere, lo acabará, sea lo duro que sea. Nuestro límite es, nuestra cabeza y lo grandes que sean nuestros sueños.
 
  



 
 
Distintos momentos de la carrera

Fotos: CSJ

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Titan Desert 2013: inscripción a precio reducido (últimos días)

Una de las carreras por etapas más conocidas es, sin duda, la Milenio Titan Desert by Gaes. Con una fuerte y experimentada organización detrás, participar en ella es sinónimo de disfrutar, cualquiera que sea tu objetivo.

Esto hace que, la inscripciones se suelan acabar antes de llegar a la fecha límite. Una buena oportunidad de participar en tan importante carrera, a la vez que se disfruta de un buen descuento, es formalizar la inscripción antes del 1 de diciembre.

El precio de la inscripción antes del 1 de diciembre es de 1695€ y después, 1995€, por lo que, el ahorro es importante.



Foto: Titan Desert-RPM

lunes, 26 de noviembre de 2012

Oh meu Deus 2012 Rd3: Covilha-Guincho (parte 4)

Me cuesta un montón salir porque, en el GPS se me superponen (en el mismo color) el track de la carrera, el tracklog y que salgo en sentido contrario, con lo que se me juntan líneas en todas direcciones del mismo lugar y no consigo ver cuál es la correcta. Pierdo unos minutillos y doy con la buena. Buenas subidas y seguimos con los aerogeneradores. Estos son españoles, de la empresa Gamesa. Me trae recuerdos de cuando estudiaba y me hablaban de esta empresa, que empezaba en el sector (energía), diversificando su mercado (no dedicándose sólo a temas aeronáuticos; aunque las palas sean aeronáutica pura). En lo que se entretiene uno.
Empiezo a sentir molestias fuertes en la rodilla. Además, el culo empiezo a tenerlo como el de un mandril. Llevo más de 50 horas, no me sorprende, pero tampoco me agrada. Dos errores (carreteras o caminos del mismo color que el track) hacen que me cojan con más facilidad los tres que venían persiguiéndome (Rui Martins, Luís Gil y Vítor Campos). Andan un montón más que yo, pero voy a su altura, a base de no descansar. Van más rápido, pero paran un poco más.

En este tramo encuentro dos cosas curiosas. Un pedazo de subida bestial, de pista, por el que subieron dos coches, pie a fondo, porque si se paraban, dudo que arrancasen. Hice un tramo a pie, como es obvio. Pero lo malo, no era que al subir, había un aerogenerador, sino que, al pasarlo, seguías subiendo. Lo que no es sorpresa es dónde acababa: en unas antenas. La otra cosa que me sorprendió de este sector, fue una parte un poco antes del final, en la que íbamos bordeando un río, con árboles tan frondosos que era como un túnel. No entraba casi la luz.


Pit-Stop de Negrais

Acabo este tramo y llego al PS6, Negrais. Descanso un poco y como un bocadillo de Leitao (lechón o cochinillo) que me sabe a gloria. Al poco de llegar, se van los tres que me acaban de pasar. Venía con la intención de luchar por adelantarles (de ilusión también se vive) pero las pérdidas del tramo anterior hacen que ya no sea posible. Tendría que haber llegado antes que ellos. Esto hace que me lo tome con un poco más de calma. Me tumbo en un banco y duermo unos veinte minutos.

Salgo del PS6. Ahora “sé” que voy a llegar como sea. Tengo tiempo, aunque tampoco demasiado, en el estado que voy. La rodilla me duele una barbaridad. Sólo puedo pedalear sentado y con el pedal suelto (no sé el motivo, pero era como mejor iba). No hubiese sido mayor problema, si no fuera porque me duele, también, tanto el culo que no me puedo sentar más de diez segundos. Conclusión: acabo haciendo las subiditas a pie. Cuanto más avanzaba el tramo, más rabia me daba. Era el que mejor se adaptaba a mis cualidades. Por la zona donde monto, no hay subidas largas y he comprobado en esta carrera que mi talón de Aquiles son los esfuerzos muy largos (habrá que trabajarlo para el año que viene). Este tramo era el de las subidas más parecidas a las que hago yo cuando entreno, de quince o veinte minutos como mucho (no de casi tres horas, como las de la primera parte). Me harto a patear y me coge Helder Carvalho. Es el único que venía por detrás de mí. Un tío curtido en bastantes batallas (Titan, Cape Epic,…), que ha decidido plantear la carrera “apurando” el tiempo máximo, yendo más rápido pero, en los Pit-Stops, se va a un restaurante y se mete una comida de aúpa. Se le ve que anda un montón pero, ha decidido tomarse esta carrera con tranquilidad. Me acompaña hasta el final. Aunque suene a coña, estas dos o tres horas es el mayor tiempo que he ido acompañado en una carrera (y eso que llevo casi veinte de 24 horas). Se agradece ir hablando con alguien, vas más distraído y se te hace el camino más ameno. Un verdadero crack. Espero verle en más ocasiones.

 Playa de Guincho
 
Nos vamos acercando al final. El ansiado final. Ese que parecía imposible de alcanzar en marzo, más imposible aun, hace treinta horas, pero que, con valor y cabeza, llegó. Últimos tramos cerca de la playa, con alguna zona a pie para no coger ni el más mínimo riesgo. Llevamos un rato “oliendo a mar” y por fin, un pequeño tramo de carril-bici hasta el cámping y llegamos. 62 horas después de salir, me espera mi mujer, que se ha pegado una paliza de órdago, Paulo, Josué, el resto de Horizontes (no los nombro, no vaya a dejarme alguno y sea peor; ellos saben quienes son y lo mucho que nos han ayudado a todos durante la carrera). Alucino, ¡he llegado! Alguna foto, llamada por teléfono para tranquilizar y contar un poco la batallita y empezar a pensar en lo que he hecho.

Llegada. ¡Por fin!

Somos Finishers 2012
 
Gracias, Paulo y Josué (y todo Horizontes y colaboradores), por todo
Me ducho y nos vamos a cenar con todo el equipo de Horizontes. Me pongo “como el quico”. Tengo algún momento complicado, porque empiezo a tener unos mareos un poco “raros” (porque no los he tenido nunca; no porque no sea lógico tenerlos después de la locura que acabo de terminar). Nos quedamos a dormir en el cámping y nos levantamos no muy tarde, para volver a casa. Es lunes y por la noche entro a trabajar. Va a ser duro, porque no me puedo ni sentar. Me duele todo, sobre todo el culo pero, no por irritación (que también) sino muscularmente, lo que me hace muy doloroso, incluso estar sentado. La recuperación será “lenta” y larga, pero la temporada ha terminado y hay tiempo para recuperar.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Oh meu Deus 2012 Rd3: Covilha-Guincho (parte 3)


Arreglo y según se está haciendo de noche, salgo rumbo al PS5. Va a ser una noche dura. Mi mujer se empeña en verme en puntos intermedios. Yo le aconsejo que duerma, que me viene mejor y que si no descansa podría tener un accidente. No me hace caso. Voy a mi tran-trán, avanzando despacito, por bosques de eucaliptos. De noche, pillo bosques y de día he ido por las zonas más desarboladas. Por lo que voy viendo, más bien oyendo, estos bosques son fuente interminable de ruidos, crujidos, sombras, etc., que pueden hacer que veas lo que hay y… lo que no hay. No soy especialmente valiente, pero tampoco muy miedoso. Alguien un poco miedoso no sé cómo saldría de allí.
Cuando llevo unos treinta kilómetros, desde el PS4, me llama mi mujer, cagada de miedo y me dice que está esperando en un pueblecillo, con mucha niebla y es lo más parecido a la película “El proyecto de la bruja de Blair”. Le digo que se vaya al PS5, que yo no tengo nada de niebla y que esté tranquila. Me dice que lo deje, que está muy peligroso, que tenemos hijos,… Usa todo el arsenal de razones para que lo deje. Le digo que no se preocupe, que sé lo que hago y no voy a correr riesgos absurdos. El único problema es, que el tracker (el aparato que manda mi posición en todo momento para seguimiento en tiempo real) no funciona porque se ha quedado sin pilas. Esto significa que nadie va a saber dónde estoy, lo que supone un poco más de presión para mí, que tampoco sé por donde ando. Lo que no sé es que estoy a punto de pasar la noche más épica de mi vida. No le miento cuando digo que no hay niebla (aunque es cierto que si tuviese niebla, no se lo diría). Al minuto de colgar, me meto en un banco de niebla bestial. No veo nada, cada vez menos. Cojo un subidón de un 25% por lo menos. Obviamente, empujo como un campeón. Me sigo metiendo en la niebla. Cruzo bosques, telas de araña (con araña talla XL incluida), curvas, más curvas, subidas, más subidas. Si me preguntasen, diría que he pasado por el mismo lugar veinte veces, todo me parece igual. Bendito GPS, que me indica por dónde tengo que ir.

Llego al pueblo dónde estuvo mi mujer (Montejunto). La verdad es que no exageraba, parece un pueblo fantasma. Veo una fuente y bebo. Hay un viento tremendo, tanto que, al pasar por debajo de los árboles parece que está diluviando, al caer el agua depositada en las hojas (por la humedad de la niebla) agitadas por el viento. Para seguir el pequeño tramo de carretera, me tengo que poner en el centro y seguir la línea que divide los carriles. No veo nada; tengo muchos problemas para encontrar un sendero que sale de la carretera, casi paralelo y no soy capaz de verlo. Lo encuentro, sigo subiendo.
Corono, por fin y veo una pared a mi izquierda. Tiene pinta de ser muy alta. Alumbro con la luz de la bici y es la pared de un castillo (viendo en Google Earth, creo que es un Convento). Impresionante la escena. Niebla cerradísima, mucho viento, un colgado en bici que no sabe ni dónde está. Avanzo poco a poco, veo una reja… es la entrada a una mazmorra. Sólo falta que aparezca un jorobado entre la niebla y allí me quedo muerto del susto. Al final, la mazmorra parece ser una tienda o un local de información del castillo (sin dejar de ser originalmente una mazmorra).

Empiezo a bajar. Está muy peligroso. Piedra suelta, sendero entre matorrales (de los que te arañan y enganchan el manillar), viento que impide mantener el equilibrio,… Todo hace que baje a pie (aun así, con muchas dificultades). Recibo una llamada de teléfono. Resulta ser Paulo (el organizador) que quiere saber si “estoy vivo”. Sabe que estoy en la zona más peligrosa de la carrera, las condiciones climatológicas son muy adversas y no llevo tracker. Después supe que nadie hizo ese tramo de noche. Posiblemente, nadie esté tan loco para hacerlo (ni yo tampoco, a poco que hubiese sabido lo que iba a ser).
Acabo la bajada y empiezo a bordear colinas. Por caminos casi paralelos a las curvas de nivel, casi llanos y que van por el borde de la montaña. Menudas caídas había. Eso sí que me daba respeto, iba pegadito a la pared. Voy avanzando un poco más rápido que hasta ahora, dado que la orografía me es más favorable y aunque sigue habiendo niebla, no es tan cerrada.

Voy entre aerogeneradores y molinos (de los de toda la vida, de los de Don Quijote). Pienso mucho en el famoso hidalgo. Le veo paralelismo. Un español, en su montura, más zumbado que las maracas de Machín y que sólo ve (y oye) molinos. Cuanto menos, es curioso. Por la noche, sin ruidos, te das cuenta del tremendo ruido que hacen los aerogeneradores al batir las palas. También impresiona como se ilumina el cielo (por efecto de la niebla), al parpadear las luces de señalización que llevan. Cuando esta luz es blanca, parecían relámpagos y cuando era roja, el cielo parecía “ensangrentado”.
Seguía yo por esos caminos de Dios, cuando decido parar a comer algo. Serán las cuatro de la mañana y llevo ya unas seis horas del tirón. Hora de un sándwich de nocilla, con el que llevo varias horas soñando en hincarle el diente. Es lo único sólido que llevo y lo dosifico para que sea pasada la mitad del tramo. Si me lo tomo muy pronto, se me hace muy largo hasta que vuelva a comer.

Me paro con tranquilidad, sabiendo que lo peor ha pasado y que, de momento, no me entra sueño. Estoy en las afueras de un pueblo y me pongo debajo de una farola. Abro el sándwich y se me cae el alma al suelo. Llevo esperando mucho este momento y está lleno de moho. Lo miro, lo remiro y… ¡qué le den a todo! Me lo como igual. Según voy a morderlo, tengo la brillante idea de encender el frontal y verlo con luz blanca. Resulta ser la propia nocilla que, al ir el sándwich arrugado, se transparenta y con la luz amarilla de la farola, parecía moho. Aun así me lo iba a comer. Curiosas decisiones, las que tomamos cuando estamos más “pallá” que “pacá”. Repuestas las energías, retomo la marcha.
El PS5 está en Torres Vedras y quiero llegar antes de que amanezca. Unas cuantas subidas bastante “irracionales”, hacen que no consiga llegar cuando espero. Llego al poco de amanecer, para alegría de mi mujer que, aunque muy cansada, sigue al pie del cañón. Como, bebo y… decido irme. Los que están en ese punto durmiendo (se empiezan a levantar, en ese momento), flipan un poco. Yo, por contra, no lo veo tan raro. Llego relativamente bien y puedo seguir. Si me acuesto, no sé cómo me voy a levantar. No quiero arriesgar. Sé que ahora estoy bien, no necesito saber más. Además, el tramo entre el PS5 y el PS6 es el más corto, aunque sea bastante duro (43 kilómetros y 1800 m. D+). Paro como una hora más o menos.

Nota: en este tramo no hicimos fotos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Oh meu Deus 2012 Rd3: Covilha-Guincho (parte 2)


Salgo rumbo del segundo Pit-Stop. Ahora toca seguir la cuerda de la Sierra en la que estamos, subiendo y bajando, siguiendo las pistas habilitadas para la ubicación de los distintos parques eólicos que hay instalados. Serán unos cuarenta kilómetros en los que lo que bajamos, lo volvemos a subir, por lo que, cada bajada es un “caramelo envenenado”, porque después viene otra subida.

Esta tendencia se rompe en el kilómetro 117, en el que nuevamente subimos otros seis kilómetros seguidos, una bajadita y otra subida, ésta un poco más corta, pero también con bastante pendiente. Una vez coronado esta cumbre, ya predomina la bajada. Por una vez, no subimos hasta un molino. Esta vez, es hasta las antenas de guiado de barcos (tienen pinta de ser de radar). El caso es que siempre, estamos en el pico más alto.

Seguimos por los molinos, ya de noche. Bajando un poco el ritmo (aún más), con cuidado, que no es plan de arriesgarse a ninguna caída tonta.

En el kilómetro 147, por fin, empezamos a bajar. Será una bajada constante hasta el kilómetro 160, más o menos. Hay zonas con piedras, además de ser de noche, por lo que, no podré aprovechar la bajada para ir rápido.

Desde el  160 al 171, donde está ubicado el segundo Pit-Stop, serán llanos, por lo que, a priori no presentarán más dureza que la inherente al tiempo que llevo en la bici.
 
 
Pit-Stop de Ansiao

Llego al Pit-Stop de Ansiao, llevo 18 horas de carrera. Creo que me merezco un descansito. Como una ensalada de esas preparadas (por cierto, qué mala está) y algo más. Bebo bastante y me echo a dormir un poco. Hay bastantes competidores durmiendo, por lo que, mi plan es dormir muy poco y salir delante de ellos. Parada total: dos horas y media, lo que supone dormir poco más de hora y media. Me pongo en marcha, adelanto a bastantes. La estrategia funciona, por lo menos, hasta ahora. Sigo con mi ritmo “cochinero” y a tirar millas.

Una de las cosas que noto es que, pierdo relativamente la noción del tiempo. No llevo en pantalla el tiempo que llevo y sólo me preocupo de ir de un punto a otro, sin tener consciencia de si tardo seis, siete u ocho horas. Otra de las cosas que sufro, es un ritmo muy lento. Voy muy despacio, no avanzo. Llanear a veinte por hora, cosa normalmente fácil, no me sale fácil. Supongo que será una mezcla del cansancio y de “auto-protección” para no pasarme de ritmo, puesto que, llevo un tercio de carrera.

La primera parte de este segmento, es un sendero, relativamente divertido. Allí voy, a trancas y barrancas, combinando mi, cada vez menor, técnica, con mi cada vez mayor, cansancio. Sólo quedan unas cuatro horas de noche y amanecerá. En este tramo se combinan caminos con pequeñas carreteras locales, que unen poblaciones muy diseminadas. Casi no hay diez casas juntas. Sigue siendo llano, aunque no consigo “aprovechar” la ventaja de la orografía para conseguir ir rápido. Voy despacio y tras cuatro largas horas, llego a Ourém, donde se enclava el tercer Pit-Stop. Llevo un poco más de 24 horas y casi 220 kilómetros. En el anterior Pit-Stop, no hubiera necesitado dormir, aunque por previsión lo hice. En este sí que necesito un descanso. Tras comer, beber y dar alguna vuelta tonta (lo que tiene estar muy cansado), me siento en el coche y echo otra cabezada.

Llegando a Ourém
 


Rui Martins y Luís Gil saliendo del Pit-Stop de Ourem 


Pedro y Josué, grandes tipos. Unos fenómenos.

Hago una parada total de tres horas, de las que duermo, más o menos, la mitad. Gracias a Josué, tengo el track de lo que queda de carrera, metido en el GPS. Los aparatos viejos, tienen estos problemas. Otra vez, la misma operación que hubo que hacer. Partir en veinte “mini-tracks” y volcarlo al viejo (pero fiable) Vista. Otra vez me pongo en marcha. Esta parte ya no va a ser llana. Además, tras 27 horas de carrera, cualquier subida duele mucho.

Salgo con mi calma habitual. Uno de los primeros puntos por los que paso es Fátima. Aunque soy poco (más bien, nada) creyente, me picaba la curiosidad de ver, un sitio de peregrinaje de esta fama. Obviamente, ni paro ni nada, pero según voy pasado por las calles de la ciudad, me voy fijando y me sorprendo de la cantidad de gente que mueve. Muchos aparcamientos llenos, muchísima gente, autobuses, coches, autocaravanas,… de todo.

Una de las dudas que tenía al salir era, si ir de corto o de largo. Temprano, hacía fresquito, pero prefiero pasar un poco de frío al principio y salir de corto. Según va avanzando la mañana, empieza a hacer más y más calor. Menos mal que no he ido de largo.

Empiezo a tener problemas con el agua (me falta, obviamente), solventándolo parcialmente con las fuentes que voy viendo. En una de ellas, me paro diez minutos a comer un sándwich, cobijándome en una marquesina de autobús. Pega el sol fuerte, nos acercamos a los cuarenta grados otra vez.

Otra de las fuentes esta ubicada en una zona llamada Pia de Urso (o algo así). Es un complejo dedicado al ciclismo, con unas instalaciones que cuentan con duchas, aparcamiento para bicis, consignas,… Incluso pude ver en un el cartel de una terraza, un menú Biker. Pensando que me queda poco para llegar al siguiente PS, no paro.

Seguimos hasta Porto de Mós. Aunque suene marítimo, estamos lejos del mar, todavía. Sólo queda una subida y después bajada hasta el Pit-Stop. ¡Y un cuerno! La subida, no acaba nunca. Empezamos suavecito, por la llamada Eco-Vía (más o menos, como una Vía Verde, para entendernos). Va subiendo poco a poco sin descanso, igual que la temperatura. Me queda otra vez poco agua. El mismo error que ayer, aunque esta vez, tuve “menos culpa”. Cuando acaba la Eco-Vía, una pista continúa la ascensión, pero con más pendiente. Ya parece que estamos coronando.

De la pista, sale un sendero con bastantes piedras y más pendiente. Desmonto en algunos tramos. Estoy muy torpe. Tras no-sé-cuantos tramos, corono. Me imagino ya descansando, comiendo, como los que van por el desierto y se imaginan un oasis. Pues… ¡otro cuerno!  Ahora toca ir por la cuerda de la cumbre, uniendo molinos. Otro rato así. Esto no se acaba nunca.

Empiezo a bajar por fin. Voy por un sendero entre matorrales y me hago un “recto”. No es que pase de frenada pero, sigo recto al no ver el desvío que me sacaría del sendero para ir a la pista de nuevo. Doy la vuelta, veo una rama saltar de la rueda y… pedalada en vacío. Miro y… no puede ser verdad. He arrancado la puntera. No llevo repuesto encima. Lo tengo en la caja de herramientas que tengo en el coche. Desmonto el cambio y quito la cadena (no quiero cortarla, porque después la tendré que empalmar otra vez y quedará débil en ese punto, posiblemente). Sólo queda empujar.

Sé que estoy muy cerca, por lo que, decido llamar a mi mujer, para que pregunte si lo que queda es bajada o si hay subidas. Si me viene a buscar y me da asistencia, me penalizan con dos horas (al ser fuera de un Pit-Stop), por lo que, tengo que valorar si el tiempo que perderé en llegar por mis medios, es mayor o menor que esas dos horas. Estaba en lo cierto y sólo queda bajada. Hay un pequeño tramo de carretera, en el que me lanzo y me paso el desvío. Me doy la vuelta y a empujar. Sigo por los caminos, ya cercanos al Pit-Stop, impulsándome con la pierna, como si fuese un monopatín.

A las seis y media de la tarde, llego al cuarto Pit-Stop, en Rio Maior. Son ya 36 horas de carrera y nueve horas en hacer este tramo. Aquí llega el momento más importante, para mí, de la carrera. A este ritmo tan lento, es posible que no llegue. Me quedan 30 horas para hacer unos 170 kilómetros. Así escrito, queda fácil, pero tras 36 horas (300 kilómetros), no es tan fácil. Tengo que hacer lo que queda casi del tirón, no puedo descansar más que lo que pare ahora. Por otro lado, tampoco quiero “retirarme” a las 60 horas. Prefiero hacerlo ahora, me ahorro muchas horas de penurias. Con esto en la cabeza, me tumbo, tras comerme tres hamburguesas (“prefabricadas”,  pero es lo primero que como caliente desde el jueves y ya estamos entrando en la noche del sábado al domingo). Además, tengo que arreglar la bici. Cambiar puntera, cable y ajustar todo. Antes de tumbarme, me doy una ducha fría. Los que me conocen, saben de mi aversión por el agua fría, por lo que, es fácil imaginarse que la ducha es bastante “somera”. Aprovecho para cambiarme de coulotte. Por muy Assos que sea, 36 horas son muchas.
 
Pit-Stop de Rio Maior 


Llegando a Rio Maior

No me duermo más de media hora (en realidad, creo que no llegué ni a dormirme). Algo más descansado, procedo a reparar la bici. Se está haciendo de noche. Sé que me la juego, si la noche me vence y tengo que parar a descansar, no llegaré. Hacer la segunda noche en blanco, es algo nuevo para mí; nunca he hecho una carrera en la que no tenga que dormir dos noches.

 

martes, 20 de noviembre de 2012

Oh meu Deus 2012 Rd3: Covilhá-Guincho (parte 1)

Tras una pequeña reorganización de mis medios tecnológicos y del tiempo de que dispongo, voy a intentar retomar la página web.
Retomo la actividad con la crónica de la carrera más grande que conozco. Tuve la suerte de participar en ella este verano. El resto lo cuento en las siguientes entradas. Como es obvio, si la carrera es larga, la crónica debe ser larga, por lo que, la voy a dividir en varias entradas. Os dejo con la primera de ellas.


Tras una temporada bastante satisfactoria a nivel de resultados (victoria en la primera carrera y segundo puesto en la General del Open de Portugal de 24 horas), el cierre se presentaba como un reto de mucha dificultad. Nada más y nada menos, que 500 kilómetros en una etapa, con un desnivel positivo de 13000 metros (peor que los 500 km. en sí) y un tiempo máximo de 66 horas. Estoy “acostumbrado” a carreras largas, a pasar la noche entera  pedaleando, pero en este caso iban a ser dos noches completas (y los dos días, claro), en el mejor de los cálculos.

El recorrido partía de Covilha (para simplificar, cerca de Salamanca) y finalizaba en la playa de Guincho, en Cascais, al lado de Lisboa. 473 kilómetros, del  tirón, en los que el GPS iba a ser nuestro aliado, puesto que, el circuito no estaba marcado y se seguía con el track metido en el “aparatito del demonio”.

En un verano en el que he entrenado con relativa normalidad, salvo una semana que tuve que parar por una rodilla inflamada por una caída y su consecuente golpe contra la potencia, el fin de fiesta, prometía ser épico. Por un lado, pensaba que estaba capacitado para hacerlo. Sabía que era una carrera de “paciencia”, de no cometer excesos, de dosificar. Pero, cualquier fallo, cansancio fuera de lo “normal”, te pone contra las cuerdas y no tienes tiempo de recuperar.

Por otro lado, era una carrera totalmente distinta a lo habitual. Estamos acostumbrados a correr en circuito cerrado, dando vueltas (baso mi temporada en carreras de 24 horas), por lo que, un recorrido en línea, tan largo y con seis puntos de asistencia, era también una prueba de fuego, para mi mujer, que debía conducir el coche de un punto a otro (llamados “pit-stops”), por sitios totalmente desconocidos y “adelantarse” a mis necesidades (en las de 24 horas, aviso de lo que quiero con una vuelta de antelación).

Mi planteamiento era el mismo de siempre: ritmo lento y muchas horas en la bici, para compensar. Mi miedo era grande, muy grande. Dos noches, son mucha tela. Lo que sí tenía claro es, que no iba a arriesgar, haciendo los “pit-stops” muy cortos; descansaría lo que creyese necesario.

Uno de los problemas de estar de vacaciones, es que no tienes tus medios habituales. Un fallo en el internet del móvil, hizo que recibiese el track, el mismo día de la carrera (en el viaje), lo que me impidió, ver el recorrido, el perfil (imprimirlo también), “estudiarlo” un poco. Tampoco ayudó mi falta de costumbre a la hora de usar el GPS y el estrenar un nuevo aparato (Edge 800). Tenía previsto llevarlo, junto con el viejo Vista Cx, que con sus limitaciones en el número de puntos de track, hizo que, tardásemos mucho tiempo en acabar la labor de meter el track completo (bueno, en realidad metimos la mitad, partido en veinte “minitracks” de 500 puntos cada uno, para no perder precisión; por cierto, gracias a Pedro Farinha  esto fue posible).

Me acosté bastante tarde, sobre la una de la mañana, lo que no dejaba mucho margen de descanso, porque teníamos que levantarnos antes de las cinco. Desayuno frugal porque, no han abierto el restaurante del hotel aún, últimos preparativos y… salen todos, menos yo, que me falta alguna cosilla por preparar. Obviamente, ni me inmuto, sigo con mis cosas. Ya saldré, tengo el track, no hay problema. Covilha está a unos 450 metros de altitud y lo primero que tenemos que hacer es subir por carretera unos 23 kilómetros, tras unos inicios callejeando, hasta los 1986 metros de cota máxima que tiene esta subida. Ya nos había avisado Josué Duarte (diseñador del circuito y ganador del PT Open XCR 24h) que las subidas eran interminables. Él ha hecho el recorrido y las conoce bien. Tenía toda la razón. Subo cómodo, no hay pendientes excesivas (no creo que hubiese ningún tramo de más del 18%), empleando 2h45’ en subir, sin casi descanso. Primer escollo superado. Me acuerdo en todo momento de las palabras de Josué, indicándonos la dificultad del primer tramo hasta el primer pit-stop en Fajao, en el que llegaremos con 85 kilómetros y 3800 m. de desnivel (sirva como referencia que la MadridXtrema del año pasado tenía esa distancia y unos 2000 de desnivel; ¡subiríamos casi el doble!) Paciencia y tranquilidad, que esto no ha hecho más que empezar.
 
Torre. Cumbre a 1986 metros.

Por fin corono, empiezo a bajar y… tengo que bajar a menos de veinte por hora, debido al viento que hacía. Pego dos o tres bandazos que casi me llevan al suelo. Casi tres horas subiendo para bajar parado.

Dejamos la carretera y empezamos con una bajada con el terreno muy suelto, que hago a pie. Menos mal que no me ve nadie. Cada día bajo peor. Sigo con mucha calma, solo, como siempre. Llegamos a un paso de un pueblo (Vide), en el que veo a mi mujer, que ha parado allí, aunque no puede darme nada ni ayudarme en nada, al no ser un pit-stop. Pero me da lo mejor que te pueden dar en estas carreras tan largas: ánimo y un beso.
 
Vide

Abandono el pueblo y empiezo la segunda subida. Según Josué, es la más dura de la carrera. Nada más empezar ya meto plato pequeño, cosa rara en mí, que suelo usarlo poco. Si la primera subida era interminable, esta era eterna. O por lo menos, eso se me hizo a mí. Dos horas de plato pequeño, 1000 metros ganados de altitud de una vez. A diferencia de la primera, esta además tenía zonas algo técnicas, con piedras, que algo nos estorbaban a los torpes. A poco del final, ya me bajé de la bici. Empujé un poco, por hartura ya de tanto plato pequeño. Aproveché para ir comiendo una barrita mientras empujaba un minutillo.

Por fin corono. Una zona de subidas y bajadas por los primeros aerogeneradores del día, me llevarán a otra bajada que conduce a un pueblo (Covanca). No hay nada que hacer en él (no hay parada, ni nada) y lo paso de largo. Hemos bajado a 825 m. Empieza una subida de carretera, pestosilla. Bastante larga, tiene una pendiente constante y  se hace muy pestosa. Cuando parece que va a acabar, veo un pick-up que baja por una pista. Viene del pico más alto que hay alrededor (sí, donde han colocado un aerogenerador). Lo que me temía se cumple. Es el coche de Pedro y por ahí tendré que subir. Sigo subiendo, eso no se acaba nunca. Un poco antes de coronar, Pedro (Farinha, de la organización), me ofrece agua. Yo, muy listo, le digo que tengo (y de hecho, tenía), que no me hace falta. Llevo un bidón de medio litro (no me cabe más en la bici; desventajas de ser un retaco y usar talla pequeña) y un camel de litro y medio. A los quince segundos de irse, pego un trago al camel y me lo acabo. El bidón, en el que llevo isotónica o carbohidratos, está fulminado, también. Me quedan unos treinta kilómetros de sube-baja, por todos los molinos (aerogeneradores) que se pueden encontrar en la zona. Y cuando digo todos, es todos. No creo que haya más. Llevo siete horas de carrera, la temperatura ronda los cuarenta grados, estoy en zona sin arbolado y no tengo agua. ¡Qué más puedo pedir!

Como es de esperar, me deshidrato un poco y tengo un bajón de rendimiento importante, que hace que algunas subidas “fáciles” (del 12-15%), haga parte a pie. Tras arrastrarme como un perro, voy avanzando poco a poco, haciendo lo único que puedo hacer: apagar la cabeza y seguir avanzando.
 
 
 
Pit-Stop de Fajao


Por fin llego al primer Pit-Stop, en Fajao. Muerto es poco. Llego fundido. Lo único que me hace pensar en seguir es que me he quitado la parte más dura, en desnivel. Pero siguen quedando 400 kilómetros. El GPS me marca 92 kilómetros y 9 horas, junto con casi 4000 metros de acumulado. Lo único que quiero es tumbarme. Me bebo todo lo que puedo (dos Coca-Colas, agua, isotónica, etc.), como un par de sándwiches y poco más. Me tumbo a echar una cabezada corta  y como era de esperar, tras las dos Cocas, no me duermo. Empleo 1h20 en la parada. Me recupero “bastante”. Toca seguir.
 
Intentando descansar. No tengo esa tripa siempre, es todo lo que bebí.